sábado, 2 de mayo de 2020

TOLERANCIA EN LA DIVERSIDAD Y DIVERSIDAD EN LA TOLERANCIA



 Mucho se habla de inclusión y respeto a la diversidad en estos días pero muy poco se practican estos dos conceptos, inclusive por aquellos que llevan estas palabras a boca de jarro para defender unos derechos. Es fácil hablar de inclusión, siempre y cuando se incluyan los que están de acuerdo con uno. No nos molesta dejar fuera a los que no nos agrada su manera de pensar y hasta organizamos boicot y censuras en contra del que no repita nuestro credo o que simplemente expresa su desacuerdo con nosotros.   Es fácil hablar de diversidad, pero si no piensan como nosotros le buscamos un apodo peyorativo para describirlos: homofóbico, machista, derechista, izquierdista, pervertido, fundamentalista, inmoral, entre tantos otros, Como si la diversidad no implicara la coexistencia de TODOS los puntos de vistas de TODAS las filosofías de vida, de TODAS las creencias de fe, de TODAS las especies y razas.
 No es fácil zafarse de muchos prejuicios heredados en la leche materna, copiados del modelaje de papá o aprendidos en la escuela y fomentado en la época y sociedad en que nos tocó vivir. No, no es fácil salir de ellos, especialmente de aquellos que tienen la bendita manía de salir a flor de piel sin pedirle permiso a la consciencia. Una medida, tanto preventiva como remediativa, que utilizo para contrarrestar estos demonios ocultos es incluir entre mis amistades personas que piensan y actúan muy distinto a mí, junto a las que son más afines a mi manera de pensar.
 En mi muro de Facebook trato de hacer lo mismo, porque me permite interactuar con personas de diferentes estratos sociales, educación, ideas, culturas y estilos de vida, aunque no las conozca personalmente, como la gran mayoría de mis amigos de FB. Por eso, en mi página tengo amigos tan diferentes entre sí y tan diferentes algunos de ellos de mí. Tengo a amantes de la colonia -no matter what-, a estadistas, independentistas, a socialistas congelados en los años 70 y a socialistas que adoran a Wal-Mart. También tengo a los que les importa más las hazañas de Maripilly o las Kardashian que la política. Tengo pastores evangélicos y a familiares de sacerdotes católicos, a metafísicos, agnósticos y ateos. A gays, dentro y fuera del closet y a homofóbicos, dentro y fuera del closet. También tengo a intelectuales de primer orden y a gente que piensa que leer un libro es perder un tiempo valioso de la vida, a mujeres muy recatadas y tradicionalistas,  y a chicas indiscretas, menos tradicionalistas, que le gustan tomarse selfies con muy poca ropa.
 En fin, la lista puede ser interminable porque la personalidad es difícil encerrarla en un solo adjetivo o rasgo. Usualmente, el rasgo que sale a flote oculta los rasgos más descriptivos que realmente componen el ser. Todos nosotros nos paseamos entre uno que otro de estos adjetivos, así que podemos pasar de ser el intolerante a ser el intolerado en cualquier momento. Créame, he visto combinaciones tan extravagantes como fundamentalistas adictos a la pornografía, gays conservadores, negros racistas, mujeres machistas, feministas seguidoras del reguetón y de certámenes de belleza, entre un mundo infinito de posibilidades ilógicas.
 Lo que me ha llamado la atención últimamente, es que el nivel de intolerancia de algunas personas es tan alto que lo he sentido manifestarse de dos formas. La primera, es que llegan al punto de molestarle estar incluido en la misma lista de mis amigos en común en Facebook. Los más radicales, se auto eliminan de mi lista de amigos al ver que sus comentarios podrían aparecer junto a otra persona con estilo y manera de pensar distinto o, peor aún, que un comentario suyo en mi página reciba un Like de una de esas personas. Los menos radicales, tratan en modo sutil dar un “consejo” y me escriben al inbox advirtiéndome que mi imagen y reputación -la poca que mi ex dejó intacta- se está viendo afectada por darle likes a comentarios de algún personaje que no le agrade.
 La segunda manifestación que he vivido de la intolerancia en estos medios sociales, es las de aquellos que no se salen de mi lista, ni me escriben al inbox a darme consejos pero asumen de mí persona tantas cosas, siguiendo el refrán adaptado de “dime a quién añades y te diré quién eres”; no sólo asumen, sino que lo comparten con otros, como si le constara de propio conocimiento. He escuchado de todo; que soy un ultraderechista porque tengo aquel tipo de amigo, que si soy un pervertido porque tengo amigas con fotos ligeras de ropa, que si soy un machista porque hablo de una mujer algo negativo, que si soy un mujeriego porque la mayoría de su listado son mujeres, que si soy maricón porque trato con mucha confianza al tipo ese, que si soy comunista porque fui a Cuba, que si soy comemierda, que si soy, que si soy...
 Tiendo a ver el bien en cada persona, al CRISTO, que es esa parte de divinidad que está en cada persona. Creo que todos estamos en este mundo para ser algo positivo en la vida de los demás. Estamos aquí para hacer del mundo un lugar mejor. Por eso digo, con orgullo, que de todas y cada una de las personas que componen ese ancho espectro me he nutrido, he recibido algo positivo y me han ayudado a crecer y a ver otra dimensión, otra óptica del mundo y de las cosas a mi alrededor. En mis escritos, me han ayudado a delinear personajes que no sean una copia al carbón de mí.  
Es un privilegio, no una obligación, el que una persona nos permita ver lo que publica en su muro y, más aún, nos permita comentar de lo que publica.  Facebook cuenta con la herramienta para no permitirlo si no queremos. Seamos agradecidos y respetemos la decisión de otros en cuanto a quiénes escoge como amigos y a lo que publica. Si nos permite opinar, respetemos cuando otro escribe una opinión contraria a la nuestra.
 Por último, a mis queridos amigos de Facebook, les doy las gracias por las interacciones, pero no se afanen en buscar colocarme en este u otro bando, adjetivo, o estilo porque soy la suma de todos mis Yo, cada uno demasiado complicado e independiente como para tratar de definirlos. ¡Un abrazo cibernéticamente fraternal!

Dr. Miguel Ángel Zayas


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