viernes, 12 de diciembre de 2014

HACER EL MAL ES MÁS FÁCIL



  

 Dice el periodista y sociólogo italiano Francesco Alberoni: “Tendemos a tratar el mal como una anomalía, como excepción y como algo difícil. En cambio, hacer el mal es algo fácil”. Dice que relacionamos el mal con astucia, complicación e inteligencia y que  deberíamos relacionarlo con impulsividad, pereza y cobardía.  La persona codiciosa y egoísta sólo piensa en sí mismo, no tiene que pensar en los sentimientos, deseos y necesidades de los otros. El mentiroso y difamador sólo tiene que decirle a cada persona lo que le es útil en el momento,  sin cerciorarse de cuán correcto es lo que dice. Dice lo que primero se le ocurra, sin mayor esfuerzo por reflexionar. En cambio, nos dice que hacer el bien es difícil porque no basta con dejarse llevar por un impulso inmediato, hacer el bien requiere conocer a los otros, considerar sus deseos, sentimientos, necesidades y prever las consecuencias de nuestras acciones y asumir responsabilidad.
  Quiero compartir algo que me sucedió en el día de hoy que me hizo reflexionar sobre estas palabras de Alberoni, de que es más fácil hacer el mal. Pero antes, tengo que hacerle un recuento de sucesos anteriores al día de hoy. Desde hace alrededor de un año, a mi comunidad viene una joven de nacionalidad extranjera a realizar labores de limpieza en diferentes hogares. Para el pensar de muchos vecinos, ella no cumple con el estereotipo de las extranjeras que se dedican a este tipo de labores; por su país de procedencia, por su juventud y por su atractivo físico, lo cual le ha ocasionado uno que otro percance con algún cliente.  Es una mujer que vino a nuestro país a ganarse el sustento y a aportar mucho más de lo que aportan algunos nacidos y criados aquí, que respiran y aspiran mantengo.  Atiende muchas casas en esta urbanización, y de vez en cuando, utilizo sus servicios, especialmente cuando tengo alguna actividad importante en mi hogar, porque reconozco que sus destrezas de organizar, recoger y limpiar son superiores a las mías.
  
  Por razones que no voy a detallar, esta mujer pasó por un proceso muy difícil que la llevó a perder su auto y a quedarse sin servicio de agua y luz. Su único familiar en este pueblo es su hija de 15 años que trajo de su país. Aun estando a pie, se las arreglaba para cargar con sus equipos y productos de limpieza junto a su hija para limpiar y ordenar los regueros de otros. Un día le pregunté qué hacía caminando a pie bajo el candente sol de mi pueblo y me explicó lo que le sucedió. Les ofrecí que podían, en las mañanas y en la tarde, bañarse en mi casa y guardar parte de la compra en mi nevera -que siempre tiene espacios vacíos- y cocinar. Confieso que cuando le hice la oferta pensé que el favor sería cuestión de días o semanas en lo que resolvía lo del agua y la luz. Pero por cierto grado de discrimen en nuestras agencias de gobierno -aún me da vergüenza admitirlo- el proceso se tardó alrededor de dos meses.
  El asunto es, que por espacio de dos meses aquellos vecinos más próximos, y algunos  no tan próximos pero más audaces,  veían entrar y  salir todos los días en la mañana  a esta joven guapa y extranjera con su hija de mi casa. También la veían a ella sola llegar al mediodía, y en la tarde nuevamente a ella con su hija. Al cabo de unas semanas, la joven vio mermada su cartera de clientes en el vecindario, algo muy extraño debido a que todos habían manifestado lo complacidos que estaban con sus labores.
  Un día, un querido vecino se me acerca y con “buenas intenciones” me cuestionaba si me había casado con la extranjera. Sin esperar la respuesta, me aconsejó que tuviera cuidado que esas buscan mi ciudadanía -ese yugo que nos impusieron y que nos enseñaron a valorarlo y cuidarlo más que a una niña su virginidad-.  Pude haber explicado el motivo por el cual la veían a diario en mi casa, pero no lo hice por varias razones; primero, porque no  era de su incumbencia,  por no  abrir la puerta a dar explicaciones  a cada persona sobre a quién recibo en mi casa ni el porqué.  Segundo, porque al hacerlo le tenía que dar detalles de la situación personal por la que esta joven estaba pasando, lo cual tampoco le competía.  En tercer lugar,  porque al que cree y fomenta el chisme poco le sirven las explicaciones porque estas matan el chisme y el sensacionalismo. 
Días después, por medio de otro vecino bien intencionado, me entero que la merma en clientes de la joven se debió, en parte, a que la esposa de este buen vecino había advertido a otras buenas vecinas que cuidaran a sus maridos de meter esta “extranjera en su casa”, que "lo que busca son hombres donde arrimarse" y mencionó la frecuencia y las horas que la veía salir y entrar de mi casa, entre otras barbaridades.
  Al cabo de dos meses  la joven resolvió parte de su situación; está en la universidad estudiando, tiene auto y clientes nuevos en las urbanizaciones vecinas. Hacía meses no sabía de ella, hasta que asistió con su hija a la presentación de uno de mis libros. Asistió para agradecerme y, por vez número mil, pedirme excusas por las molestias que me pudo causar.
  En el día de hoy, al salir a recoger el diario en la mañana, se me acerca el vecino “buen intencionado” y me pregunta: "¿Se llevaron el agua?", le dije que no, que en casa había agua. Entonces me dijo: “me la cortaron por un sólo mes que debía”.  Todas las mañanas veo a su esposa salir con la niña a llevarla a la escuela y a trabajar y sé que, aunque paguen hoy viernes el dinero adeudado, no le reconectarán el servicio hasta el lunes o martes.
  ¿Qué hacer con unas de las personas que por brindar ayuda a otra persona, con la misma situación, se dedicaron a chismorrear y difamar?  Según Francesco Alberoni, lo más fácil hubiese sido el desquite, la venganza por un mero impulso. 
Pero no, hacer el bien también es fácil cuando se tiene como convicción y como estilo de vida el contribuir a mejorar el mundo a nuestro alrededor.
  Así que -por este fin de semana- mi vecino de buenas intenciones, su esposa y su niña estarán entrando y saliendo de mi casa para recargar agua y bañarse o lavar ropa. Espero que esa situación no dure meses, no por mí, sino para que algún otro vecino “bien intencionado” no chismorree cuando vea la esposa de mi vecino entrar o salir de mi casa.

Dr. Miguel Ángel Zayas





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