Mucho se habla de inclusión y respeto a la diversidad en
estos días pero muy poco se practican estos dos conceptos, inclusive por
aquellos que llevan estas palabras a boca de jarro para defender unos derechos.
Es fácil hablar de inclusión, siempre y cuando se incluyan los que están de
acuerdo con uno. No nos molesta dejar fuera a los que no nos agrada su manera
de pensar y hasta organizamos boicot y censuras en contra del que no repita
nuestro credo o que simplemente expresa su desacuerdo con nosotros. Es
fácil hablar de diversidad, pero si no piensan como nosotros le buscamos
un apodo peyorativo para describirlos: homofóbico, machista,
derechista, izquierdista, pervertido, fundamentalista, inmoral, entre
tantos otros, Como si la diversidad no implicara la coexistencia de TODOS los puntos
de vistas de TODAS las filosofías de vida, de TODAS las creencias de fe, de
TODAS las especies y razas.
No
es fácil zafarse de muchos prejuicios heredados en la leche materna, copiados
del modelaje de papá o aprendidos en la escuela y fomentado en la época y
sociedad en que nos tocó vivir. No, no es fácil salir de ellos, especialmente de
aquellos que tienen la bendita manía de salir a flor de piel sin pedirle
permiso a la consciencia. Una medida, tanto preventiva como remediativa, que utilizo para contrarrestar estos demonios ocultos es incluir entre mis amistades
personas que piensan y actúan muy distinto a mí, junto a las que son más afines
a mi manera de pensar.
En
mi muro de Facebook trato
de hacer lo mismo, porque me permite interactuar con personas de diferentes
estratos sociales, educación, ideas, culturas y estilos de vida, aunque no
las conozca personalmente, como la gran mayoría de mis amigos de FB. Por eso, en
mi página tengo amigos tan diferentes entre sí y tan diferentes algunos
de ellos de mí. Tengo a amantes de la colonia -no matter what-, a
estadistas, independentistas, a socialistas congelados en los años 70 y a
socialistas que adoran a Wal-Mart. También tengo a los que les importa más
las hazañas de Maripilly o las Kardashian que la política. Tengo pastores
evangélicos y a familiares de sacerdotes católicos, a metafísicos, agnósticos y
ateos. A gays, dentro
y fuera del closet y a homofóbicos, dentro y
fuera del closet. También tengo a intelectuales de primer orden y a gente que
piensa que leer un libro es perder un tiempo valioso de la vida, a mujeres
muy recatadas y tradicionalistas, y a chicas indiscretas,
menos tradicionalistas, que le gustan tomarse selfies con
muy poca ropa.
En
fin, la lista puede ser interminable porque la personalidad es difícil
encerrarla en un solo adjetivo o rasgo. Usualmente, el rasgo que
sale a flote oculta los rasgos más descriptivos que realmente componen el ser.
Todos nosotros nos paseamos entre uno que otro de estos adjetivos, así que podemos
pasar de ser el intolerante a ser el intolerado en cualquier momento. Créame,
he visto combinaciones tan extravagantes como fundamentalistas adictos a la
pornografía, gays conservadores, negros racistas, mujeres machistas, feministas
seguidoras del reguetón y de certámenes de belleza, entre un mundo infinito de
posibilidades ilógicas.
Lo
que me ha llamado la atención últimamente, es que el nivel de intolerancia de
algunas personas es tan alto que lo he sentido manifestarse de dos formas.
La primera, es que llegan al punto de molestarle estar incluido en la
misma lista de mis amigos en común en Facebook.
Los más radicales, se auto
eliminan de mi lista de amigos al ver que sus comentarios podrían aparecer
junto a otra persona con estilo y manera de pensar distinto o, peor aún, que un
comentario suyo en mi página reciba un Like de una
de esas personas. Los menos radicales, tratan en modo sutil dar un “consejo” y
me escriben al inbox advirtiéndome que mi imagen y reputación -la poca que mi
ex dejó intacta- se está viendo afectada por darle likes a
comentarios de algún personaje que no le agrade.
La
segunda manifestación que he vivido de la intolerancia en estos medios sociales, es las de aquellos que no se salen de mi lista, ni me escriben al inbox a darme
consejos pero asumen de mí persona tantas cosas, siguiendo el refrán adaptado de “dime
a quién añades y te diré quién eres”; no sólo asumen, sino que lo comparten con
otros, como si le constara de propio conocimiento. He escuchado de todo; que soy
un ultraderechista porque tengo aquel tipo de amigo, que si soy un pervertido
porque tengo amigas con fotos ligeras de ropa, que si soy un machista porque
hablo de una mujer algo negativo, que si soy un mujeriego porque la mayoría de
su listado son mujeres, que si soy maricón porque trato con mucha confianza al
tipo ese, que si soy comunista porque fui a Cuba, que si soy comemierda,
que si soy, que si soy...
Tiendo
a ver el bien en cada persona, al CRISTO, que es esa parte de divinidad que
está en cada persona. Creo que todos estamos en este mundo para ser algo
positivo en la vida de los demás. Estamos aquí para hacer del mundo un lugar
mejor. Por eso digo, con orgullo, que de todas y cada una de las personas que
componen ese ancho espectro me he nutrido, he recibido algo positivo y me han
ayudado a crecer y a ver otra dimensión, otra óptica del mundo y de las cosas a
mi alrededor. En mis escritos, me han ayudado a delinear personajes que no sean
una copia al carbón de mí.
Es
un privilegio, no una obligación, el que una persona nos permita ver lo
que publica en su muro y, más aún, nos permita comentar de lo que publica. Facebook cuenta con
la herramienta para no permitirlo si no queremos. Seamos agradecidos y
respetemos la decisión de otros en cuanto a quiénes escoge como amigos y a
lo que publica. Si nos permite opinar, respetemos cuando otro escribe una
opinión contraria a la nuestra.
Por
último, a mis queridos amigos de Facebook, les
doy las gracias por las interacciones, pero no se afanen en buscar colocarme en
este u otro bando, adjetivo, o estilo porque soy la suma de todos mis Yo, cada
uno demasiado complicado e independiente como para tratar de definirlos. ¡Un
abrazo cibernéticamente fraternal!
Dr.
Miguel Ángel Zayas